Ultimo momento: se confirmó la operación orquestada por Harvard
contra Cristina. Los espías argentinos aseguran que la cúpula de esa
universidad integra la cadena del miedo (del fear, en realidad). El
comando de preguntadores destituyentes y bilingües utilizó en el sorteo
el mismo bolillero que en Comodoro Py suele favorecer al juez Norberto
Oyarbide. Fue una exportación no tradicional con valor agregado.
Perón decía que “de todos lados se puede volver, menos del ridículo”.
Y ése es el lugar, ridiculous, in english, que frecuentaron
funcionarios y paraperiodistas que intentaron encubrir el papelón más
grande de la historia política de Cristina Fernández.
Nadie quiere estar en los zapatos del responsable de esta excursión a
las universidades norteamericanas. Algunos se lo atribuyen a Héctor
Timerman y otros a Juan Manuel Abal Medina (uno estudió en Columbia y el
otro en Georgetown) que, al igual que el resto de los ministros, se
quedaron mudos, casi congelados, por lo que sucedió. Otros sospechan de
un quintacolumnista que encima es profesor en la potencia imperial:
Ricardo Forster. El siempre condenó los golpes de Estado y sabe que allá
no hay embajada norteamericana.
Las excusas de los escuderos mediáticos de Cristina fueron tan
frágiles como la actuación de la Presidenta. Pocas veces se la vio tan
confundida. Si fuera cierto, como dijo ella, que las preguntas fueron de
bajo nivel académico, debería haberlas respondido de taquito, sin que
se le moviera un músculo. Si fuera cierto que Harvard ya no es lo que
era y su excelencia educativa es un invento de The New York Times, la
pregunta es: ¿Para qué fue? Si Georgetown se cae a pedazos y es una
farsa como la inflación norteamericana del 2%, ¿para qué abrir una
cátedra argentina en semejante lugar decadente?
Alguien sometió a Cristina a la tortura de hablar sobre arenas
movedizas: mientras más se esforzaba por salir, más se enterraba. El
culpable debería pagarlo con la renuncia. Nunca se la vio a Cristina tan
expuesta. Es difícil ceder a la tentación chicanera de cambiar de
posición y pedir: “Señora Presidenta, por favor, ni se le ocurra dar
conferencias de prensa”. Ya entendimos todo y debemos cuidar la sagrada
investidura presidencial. Es que “el mejor cuadro político de los
últimos cincuenta años” siempre apareció en la tele como una boxeadora
demoledora, una especie de Maravilla Fernández.
Claro que siempre lanzó sus mandobles a una bolsa de arena. Como en
un gimnasio, desde el rincón, recibía las ovaciones de sus segundos. En
Estados Unidos alguien tuvo la nefasta idea de colocarle al frente a
estudiantes que acusaban poco peso en la balanza, jóvenes de otra
categoría intelectual pero que preguntaron mejor que la bolsa de arena. Y
eso fue lo que descolocó a Cristina. Ella está entrenada en el
monólogo, que es un viaje de ida. Nunca en el diálogo y mucho menos en
algún cuestionamiento, que es el ADN del sistema democrático. Desde el
atril-altar, Cristina baja línea, hace chistes, y se mueve con soltura.
Todo el ring es para ella en Argentina. En EE.UU., alguien le sacó el
banquito (como decía Bonavena) y ella quedó sola. Nunca la pusieron tan
contra las cuerdas.
Es que Cristina está acostumbrada a controlar todo y que nadie la
controle a ella. Allí radica su odio visceral al periodismo como oficio.
Y ése es el denominador común que unifica a los caceroleros con los
chicos de Harvard: hacen lo que quieren. Nadie los manda. Son libres. No
pertenecen a un partido político que se puede injuriar por la TV
chupamedias. No son representantes de los gobernadores a los que se les
puede cerrar el grifo de los fondos y promoverles juicios políticos. Ni
siquiera son medios de comunicación para arrancarles la pauta
publicitaria. Ni empresarios cobardes que tienen los placares llenos de
cadáveres y por eso no pueden abrir la boca como una sencilla mujer
despachante de aduana. Los métodos de domesticación que tan útiles le
fueron a Cristina, en estos casos no le sirven.
¿Qué hacer frente a los caceroleros y los Harvard Boys? Decir que son
ricachones y golpistas. Ensuciar la cancha con los blogueros K y llamar
a mil movilizaciones para confundir y, si se puede, aprovechar su falta
de experiencia política y darles manija a los más salvajes y fascistas
como Cecilia Pando. Ella no apareció por ahora. Pero los K le ponen una
vela a San Videla para que vaya al próximo cacerolazo o se anote en un
curso en Harvard. Allí cerraría todo. Por ahora, la explicación
conspirativa para cualquier problema sólo desnuda los prejuicios y la
falta de grandes cuadros en el kirchnerismo.
Si todo lo hace Cristina, cuando falla Cristina, es gol. Encima
dentro de diez días se vienen los morochos de la CGT, CTA y FAA; son las
siglas de la lucha en la calle contra el neoliberalismo. Moyano,
Micheli y Buzzi tienen pergaminos. Hay que ir a los archivos y
comprobarlo. ¿Y si prueban con poner en la primera fila a Gerardo
Martínez que fue buchón de los servicios en el terrorismo de Estado? ¿O
acaso no es un sindicalista? Ah, no se puede porque Gerardo, y los más
gordos de bolsillo, integran la CGT kirchnerista que reporta a la calle
Balcarce. Por eso les cuesta tanto encontrar un jefe. Porque la
verdadera jefa vive en Olivos y en Calafafate, su lugar en el mundo que
está muy lejos, en todo sentido, de Puerto Madero y La Matanza donde la
Presidenta tiene su corazón pero no su domicilio.
Los simpatizantes de la Presidenta más poderosa desde 1983 deberían
estar preocupados porque al tapar las críticas y ahogar las
autocríticas, Cristina sospecha que todo marcha muy bien en la
Argentina. Y algún problemita hay. Pero confían en que en el 7D se
terminen todos los inconvenientes. Vamos a ver qué hacen esos de Harvard
cuando se dinamite la cadena del fear. Es too much.
Fuente: ALFREDO LEUCO, PERFIL
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