viernes, 28 de septiembre de 2012

ROMINA YAN INOLVIDABLE- DOS AÑOS


 
 
 
 
 
 

 

 

28.09.2012 | Por Adriana Schettini
¿Alguna vez les sucedió eso de ver la televisión sin mirarla? Digo, ir saltando de canal en canal sin poder concentrarse en nada de lo que ofrece la pantalla. A mí, me ocurrió anoche. En “Antes que sea tarde” (América), vi a Guillermo López bromeando sobre la reacción de Eduardo Feinmann ante las tomas de colegios por parte de los estudiantes. Vi en “Graduados” (Telefe), la excelente participación de Luis Brandoni, en el papel del padre de Guille (Juan Gil Navarro), y en “Sos mi hombre” (El Trece), un gran duelo actoral entre Lito Cruz y Ana María Picchio. Vi a la presidenta Cristina Kirchner respondiendo las preguntas de los estudiantes de Harvard. Y, a Eleonora Cassano engalanando el jurado de “ShowMatch” (El Trece), donde también vi a Alexander Caniggia economizando palabras, como de costumbre, pero esta vez, en alemán, y a Federico Bal sacando la lengua, y a Verónica Perdomo bailando como Lady Gaga.
Todo eso vi, a golpes de control remoto. Nada de eso miré. Ver es tan sólo percibir a través del sentido de vista. Para mirar, hay que prestar atención. La TV es presente puro, y anoche, mi atención se balanceaba entre el futuro inmediato — el día de hoy, 28 de septiembre, cuando se cumplen dos años de la muerte de Romina Yan— y el pasado, cuando Romina ejercía en la TV el noble oficio de entretener y emocionar.
Poco tardé en aceptar que por mucho que me esforzara, no lograría concentrarme en el aquí y ahora. Entonces, me entregué. Frené la danza atolondrada del control remoto y dejé mi televisor sintonizado en cualquier canal. Para el caso, daba lo mismo, porque lo único que yo veía en la pantalla eran las imágenes de Romina que guardo en mi memoria. Su debut televisivo en “Jugate conmigo”, el ciclo que conducía su mamá, Cris Morena, y producía su papá, Gustavo Yankelevich. La adorable Belén de “Chiquititas”, esa directora del hogar de niños huérfanos, que consagró a Romina en la Argentina y en el exterior. Con una lógica desordenada, más propia del universo onírico que del estado de vigilia, en la pantalla de mi televisor, desfiló el recuerdo de Romina divirtiendo a los más chiquitos en “Playhouse Disney”, interpretando una escena junto a Facundo Arana en “Chiquititas: Rincón de luz”, compartiendo su trabajo con Araceli González y Chayanne en “Provócame”, y con Benjamín Rojas en “Jacke & Blake”. Tampoco me faltó su sonrisa, puro carisma, en “BB-Bella & Bestia”, amigándose y peleándose con el personaje que compuso Damián de Santo. Y la recordé en “Casi ángeles”, detrás de la pantalla de una computadora, en una escenografía de aire despojado y aspecto futurista, componiendo a Ariel, el personaje que asumió por cinco capítulos y que pegó tan fuerte en el público de la serie que terminó sumándose al elenco estable.
En la generación que el 28 de septiembre de 2010 lloró la muerte de Romina en Internet, desde numerosos países y en diversos idiomas, me detuve a pensar anoche. Crecí mirando “Chiquititas”, recordé que escribían, desconsolados. En los fans de “Casi ángeles”, pensé también, que hasta hoy hablan de ella con el entusiasmo propio de los apasionados.
Y en la familia Yankelevich pensé, cuyo apellido es sinónimo de televisión en la Argentina: el bisabuelo de Romina, don Jaime, trajo la TV al país; su abuelo, Samuel, fue un consagrado productor de televisión y radio que, durante años, marcó el rumbo de Canal 9; y ahora, su hermano, Tomás, está al frente de Telefe, la emisora que su padre, Gustavo, convirtió en líder en los ’90. Entonces, en el televisor de mi fantasía, se dibujó la imagen de Gustavo Yankelevich, emocionado, pero entero, en la ceremonia de entrega de premios Martín Fierro, en  2011, de pie frente al micrófono, diciendo: “Un recuerdo muy especial para quien fue, es y será el gran referente en mi vida. El gran orgullo de mi vida. Romina, mi hija”. En Darío Giordano, el marido que hizo feliz a Romina desde el día que la conoció en un estudio de televisión, también pensé. Y en los hijos de ambos: Franco, Valentín y Azul.
Contra el absurdo de una muerte que sale al cruce de una mujer de 36 años, empeñada en vivir su bendita vida, se rebelaba mi impotencia, cuando recordé algo que me enseñó un rabino, Dany Goldman: que la gente sólo muere del todo cuando en el mundo de los vivos se deja de nombrarla. No ha de sucederle eso a Romina Yan, cuyo nombre seguirán pronunciando sus afectos íntimos, sus compañeros de trabajo, los innumerables espectadores que la hemos visto crecer en la pantalla y los que crecieron mirando sus novelas. Hoy, a dos años de su muerte, decido homenajearla con las palabras que eligió su mamá, Cris Morena, para el cierre de la última temporada de “Casi ángeles”, en noviembre de 2010: “Gracias por tanto”.

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